sábado, 3 de octubre de 2015

EUROPA MEDIEVAL






El gato tiene buena reputación en la Europa de la baja Edad Media, sobre todo en el campo, donde los campesinos lo aprecian por su talento como cazador, en especial en las cuadras y en los almacenes. A pesar del juicio de la iglesia católica,3 que lo consideraba una criatura demoníaca, los conventos y los monasterios los usaban para acabar con los roedores. Los irlandeses creían incluso que los alimentos que entraban en contacto con un gato, al igual que con otros animales, ya no se podían comer y se volvían impuros. Las penitenciarías ponían castigos que iban desde el ayuno hasta varios días a dieta severa a base de pan y agua para los que comieran cualquier alimento o líquido que hubiera estado en contacto con un animal. De la misma manera, la iglesia desaprobó un exceso de familiaridad con los animales y en especial con el gato, que es el único animal que tenía acceso a toda la casa.
Las primeras persecuciones comenzaron en el Vº siglo, San Patricio y después el papa Gregorio Magno declararon su cariño hacia el gato. En esta época se pueden ver gatos en las representaciones de Santa Ágata y Santa Gertrudis. El gato se beneficiaba de cierto respeto en el siglo XI cuando llegaron a Europa las primeras hordas de ratas negras para devorar los cereales y la fruta.
En principio, la imagen de los gatos es positiva en el islam por el afecto que sentía Mahoma por ellos, ya que su gata Muezza lo salvó de la mordedura de una serpiente. Otra historia cuenta que un día Muezza se quedó dormida al lado del profeta en su cama. Cuando éste se tenía que levantar, como no quería despertar a la gata, cortó un trozo de su túnica, sobre la que reposaba el animal. Hay muchas otras historias sobre el gato en el Corán y, tradicionalmente, los musulmanes querían conservar a los gatos. Además, maltratar a un gato se consideraba un grave pecado en el islam.
Desgraciadamente, la renovación de los cultos paganos después de la peste negra y el resurgimiento del culto de Freyja, la diosa germano-escandinava de la fecundidad, hacia la mitad del siglo XIV, provocó la pérdida de los gatos, que desde entonces se asoció a cultos infernales, debido a su antigua adoración por parte de los paganos y sobre todo por el reflejo de la luz en sus ojos, que se creía que eran las llamas del infierno. En la simbología medieval, el gato se asociaba a la mala suerte y al mal, y dado que era negro, también se asociaba al disimulo y a la feminidad. Su comportamiento sexual muy expresivo, su gran necesidad de dormir, considerada pereza, y sus vagabundeos han contribuido a forjar una imagen negativa. Era el animal del diablo y de las brujas. Se le atribuían poderes sobrenaturales, como la facultad de tener siete vidas. En el caso de los gatos negros, color que se asociaba al diablo, una única mancha blanca en el pecho o en el cuello les concedía clemencia, ya que se consideraba que era una manifestación divina.
La inquisición, el Papa Inocencio VII y su edicto de 1484 hicieron que se sacrificaran gatos para las fiestas populares, lo que marcó un gran período de persecución para el felino.5 Este edicto tuvo un impacto importante en las clases populares y luego se extendió a la nobleza.
Se consideraba que el diablo se disfrazaba de gato en sus visitas a la tierra, y fue condenado al igual que sus maestros, los brujos y las brujas. Según ciertas fuentes, fueron muchos los que se quemaron vivos en las plazas públicas. Otras afirman, sin embargo, que las grandes investigaciones realizadas en los archivos invalidan esta hipótesis. Las condenas de gatos a la hoguera serán insignificantes al igual que las de gallos y se encontrarán más de sapos o de lobos.
En Inglaterra, bajo el reinado de María Tudor, se queman gatos como señal de la herejía protestante, mientras que bajo el de Isabel I, se queman como señal de la herejí acatólica.
La inquisición reunía en la misma hoguera a los herejes, a las brujas, a los asesinos y a los gatos en la noche de San Juan. En las grandes plazas de los municipios, los lugareños erigían hogueras en las que echaban a los gatos que habían capturado. Fue así como el gato estuvo ausente en la gran peste negra del siglo XIV. Las creencias duraron varios siglos, alimentadas por los hombres de la iglesia, los soberanos y los príncipes.
Sin embargo, el Renacimiento significó un cierto cambio en la suerte de los gatos, especialmente debido a su acción preventiva contra los roedores, devoradores de las cosechas. Habrá que esperar hasta 1648 para que el rey Luis XIV, gran amante de los gatos, prohibiera quemar a los gatos en la hoguera de la noche de San Juan, ya que calificaba esta tradición de bárbara y primitiva. Sin embargo, no fue hasta la revolución francesa cuando las hogueras se consideraron unánimemente supersticiones y actos de crueldad.

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