sábado, 3 de octubre de 2015

JAPON







Los gatos llegaron a Japón en el siglo VI al mismo tiempo que la doctrina budista, pero su introducción real data del 19 septiembre de 999, fecha del aniversario del emperador Ichijo, al que le regalaron un gato por sus trece años. La imagen del gato evolucionó mucho en Japón, donde será considerado a veces portador de buena suerte por su pelaje de concha de tortuga, y otras veces maléfico por su cola ahorquillada. El éxito del gato es tan importante en el país que una ley del siglo XVIII prohibió el encarcelamiento y el comercio del animal. Algunas historias cuentan que los japoneses mimaban tanto a sus gatos que éstos dejaron de cazar ratones, que llegaron a proliferar hasta tal punto que los japoneses tuvieron que pintar gatos en las paredes de sus casas para cazar a los roedores.
El gato está bien representado en el arte japonés, primero bajo los trazos de una concha de tortuga blanca, y después cada vez más como gatos blancos sin cola: el bobtail japonés. Hubo grandes pintores ilustres en la representación de gatos, como Utagawa Hiroshige o Utagawa Kuniyoshi. Utamaro relaciona siempre a los gatos con las mujeres hermosas, relación que se encuentra en poemas japoneses, donde el gato está estrechamente asociado a las gracias de la mujer. Símbolo de la sensualidad y del deseo, el gato representa igualmente el encanto de la decadencia. Sin embargo, hay también una versión sombría e inquietante del gato, resultante de la tradición popular. Por ejemplo Aïnous, el gato resucitado, el gato nacido de las cenizas de un monstruo, y el de Okabe, de dos colas. Pierre Loti evoca igualmente en sus Japoneries d'automne un corro de gatos que se reunían en una jardín aislado en las noches de invierno, bajo la luz de la luna.
La leyenda del gato-vampiro de Nabeshima, muy contada durante la era Edo, pone en escena un gato demonio o un gato vampiro atacando a la familia Nabeshima.

1 comentario:

  1. Bella historia que solo podía ocurrir en Japón y su Duende Mi bello lugar donde desde allí no me quiero marchar jamás

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